martes, 24 de mayo de 2016

El petróleo como ejemplo.
Por: Odoardo León-Ponte.
A Venezuela se la conocía, inicialmente, por los petrodólares y después y además, por sus bellas mujeres. Ahora se la conoce por sus bellas mujeres, por su corrupción y por su tragedia humana. Triste realidad. Y para muestra un botón.

Cuando los países árabes comenzaban a aparecer en el panorama petrolero, éramos el mayor productor del mundo, nos sobraba el dinero, pensábamos que éramos los reyes y nos arropábamos hasta donde nos llegaba la cobija. Una subida repentina de los precios del petróleo nos envalentonó y nuestros gobernantes pensaron en la conveniencia de “ponerle la mano al petróleo”. Y lo hicieron. Y comenzó el descalabro. Ya no había límite a lo que podríamos hacer con el petróleo, disimulando que lo queríamos para el desarrollo del país y no con fines políticos. Y cien años después estamos relativamente peor que al comienzo: hoy no tenemos medicinas, ni comida, ni insumos, ni dólares provenientes del petróleo; ni futuro. Panorama tétrico y sin mayores posibilidades de cambiarlo si seguimos con la misma mentalidad política. Creen los políticos que lo único necesario es cambiar el gobernante. Lo demás puede esperar o es remediable.

Al petróleo, al comienzo los gobernantes le permitieron desplegar las alas necesarias para que volara alto. De repente, con la convicción de ser los únicos poseedores de la verdad y escudándose detrás del supuesto interés nacional, por la convicción política de que el “capitalismo” privado extranjero no tenía buenas intenciones ni podía contribuir al desarrollo verdadero de nuestro país, aun cuando nos había sacado del anonimato ( y pensar que el lema de la Shell era: “Asociados al progreso de Venezuela”), los gobernantes de turno comenzaron a desplegar las interferencias necesarias para frenar el mayor desarrollo posible del petróleo, bajo la supuesta convicción de que ello iba en línea con los intereses del país: ideas de izquierda de moda, que paulatinamente nos fueron llevando por un camino lleno de espinas, a pesar de que había otras opciones y alternativas que nos hubieran podido llevar a sitiales de mayor importancia, estabilidad y seguridad económica, social y política. Pero el poder del estado presidencialista y todo poderoso, aunado a la creencia política de que, como país rentista de una inagotable y siempre más que suficiente fuente de riqueza, nos llevó a estatizar el petróleo y otras actividades relacionadas con actividades de interés e importancia “estratégica” que debían estar bajo el control del estado.

Hoy, después de viernes negros, controles de divisas, caracazos , altibajos petroleros, socialismo del Siglo XXI, cierre paulatino del petróleo como “fuente inagotable de la riqueza siempre prometida” ,anarquía,  con una actividad industrial minimizada, con una preponderancia extrema de la interferencia e intervención del estado en todos los órdenes, con un éxodo de recursos humanos; sin fondos y con una corrupción y militarización sin parangón, nos encontramos ante la disyuntiva de no poder resolver el crucigrama patético al que nos enfrentamos.

Otros países dentro de la misma actividad y dependencia, aunque con más cerebro que nosotros, como es el caso de Saudi Arabia, ya se han dado cuenta del cambio de mentalidad que es necesario para adecuarse a los cambios del mundo y comienzan a tomar las medidas para ajustarse a las nuevas realidades presentes pero sobre todo futuras. Nosotros, en cambio, seguimos aferrados a nuestra eterna creencia y decimos que solo es necesario salir del gobernante y que sin dólares, ni riqueza, ni gente, ni comida, ni medicinas, ni nada y tan solo pidiendo unos reales prestados, podemos salir adelante y desmarcarnos de éste atolladero. Parecería más conveniente pensar y actuar en función de verdaderos nuevos horizontes para ajustarnos a la era post petróleo después de cien años de despilfarro.
Caracas, Junio de 2016.
odoardolp.blogspot.com

@oleopon       

jueves, 19 de mayo de 2016

Estatización, centralización, partidización, presidencialismo.
Por: Odoardo León-Ponte.
El epígrafe nos define la fórmula de nuestro fracaso como país, por cuanto, en mayor o menor grado y en su conjunto, esas han sido las razones de haber hecho lo que hicimos. Agreguémosle la pintura roja de la izquierda y tendremos todos los ingredientes y habremos definido lo que hay que cambiar para tener el éxito que ansiamos aunque, en lo personal o institucional, perdamos el poder y aun cuando sea realidad el certero análisis de Moisés Naim sobre las realidades del poder en el mundo de hoy. También es necesario definir nuestro entendimiento de lo que significa “pueblo”: ¿realidad o mito electoral? Está más que comprobado, por otra parte, que toda organización tiene un límite a su capacidad basada en la idoneidad de sus dirigentes y en la independencia de su acción y hay elementos contundentes que indican la necesidad de delegar para lograr el éxito. Más aún, no siempre tenemos la razón ni es importante tenerla siempre; hay que vivir las realidades. No podemos culpar a otros de nuestros males, ya que siempre los resultados de nuestra gestión son producto de nuestras acciones. Si aplicamos el código antes expuesto, hay mucho que cambiar y el pasado nos enseña que nuestra realidad actual se debe a nuestros errores pasados y presentes, aunque haya diferentes dimensiones en el tiempo. Igualmente debemos ser prudentes y resguardar a la y morales. Adicionalmente, debemos pensar que en nuestro caso, los errores han hecho que los dirigentes políticos no puedan seguir con las mismas prácticas por razón de las nuevas realidades del país en cuanto a los recursos financieros y humanos del país. Esta última es la única buena noticia, si la tomamos como punto de partida para lo que debe ser un cambio radical, inaplazable e impostergable en la definición de un nuevo país y su consecuente nuevo rumbo.

Estatización. Tres ejemplos: Pdvsa, Cantv y las empresas de Guayana. Cuando las manejó la empresa privada funcionaron bajo criterios de excelencia y no hubo límite a su progreso, salvo el impuesto por las autoridades del momento. En manos del estado no pudieron crecer ni proveer lo necesario y eventualmente han llegado a lo que conocemos.

Centralización. Dos ejemplos: Corpoelec e Hidro Capital. Cuando había empresas regionales y una independencia basada en la determinación de necesidades regionales o sectoriales, hubo desarrollo. Hoy tenemos un país plagado de apagones y escasez de agua; de dos derechos humanos modernos fundamentales y con un futuro incierto en cuanto a la disponibilidad continuada de esas necesidades esenciales.

Partidización. Ahora, hasta los uniformes de todas las oficinas y empresas del estado acaparador, ineficiente y sectario (ates se podía ser adeco, copeyano o comunista sin problemas) son de color rojo.

Presidencialismo. La publicidad del estado se ocupa de engrandecer hasta el extremo, con enfoques seudo religiosos, la persona del presidente de turno o del anterior y se define la actitud partidista en función de la persona del presidente. Se actúa para las gradas dejando por fuera a la gente en sus verdaderas necesidades aun cuando se les prometan villas y castillos.

Agreguémosle al panorama la realidad de un estado quebrado y desmembrado, con escasos recursos financieros y humanos; de una población deteriorada en su capacidad personal, más dependiente de dádivas y desorientada en sus criterios de comportamiento. Incorporemos la desaparición de los enfoques institucionales, la necesidad de una orientación estricta para los sectores públicos y privados y la corrupción rampante. ¿Qué tenemos? ¿Y cómo lo podemos resolver? ¿Con más de lo mismo? ¿Cuál es la fórmula para deshacer todos esos nudos que harían imposible el cambio que necesitamos? Tenemos que vivir las nuevas realidades y desarrollar procederes acordes y modernos. No ganamos nada con retrotraernos a etapas anteriores que nos dieran progreso temporal pero no continuado. Es urgente.
Caracas, Mayo de 2016.
odoardolp.blogspot.com

@oleopon    

miércoles, 4 de mayo de 2016

¿Qué hacer y cómo hacerlo?
Por: Odoardo León-Ponte.
El petróleo hasta ahora no nos ha servido para nada productivo en fin de cuentas. Estamos mucho peor que cuando se nos convirtió en una realidad avasallante, porque han transcurrido cien años y en esos cien años no hemos progresado más allá de nuestras narices y si consideramos la potencialidad de desarrollo que hemos malbaratado, solo podremos concluir que” hemos arado en el  mar”. Y si le agregamos a nuestra realidad el grado de corrupción (por lo inmensa que ha sido la tentación y la tolerancia) en el manejo de la riqueza petrolera que se ha insertado en nuestro modo de vida, tendremos que recapacitar sobre cómo emprender el retorno para convertir ese “oro negro” que ya no tenemos en la misma dimensión, en “oro amarillo”: en Desarrollo Humano; en convertirnos en un país con verdadero futuro, para lo cual debemos descartar los enfoques que hemos trajinado relativos al estatismo como una expresada conveniencia equivocada para el progreso del país. Sumemos a esto que ya el petróleo está asomándose al final de la ventana de excelencia que tuvo en el pasado y que nuestras necesidades se han multiplicado vertiginosamente por la falta de mantenimiento e inversión y el incremento de la población, a lo que hay que agregar la necesidad de atender a las oportunidades del bono demográfico.  Nuestras necesidades requieren una inmensa cantidad de fondos de la cual no dispondremos para invertir en generación de energía (eólica, térmica, hidráulica) y su distribución; infraestructura, servicios, educación, salud preventiva y curativa, seguridad, producción agrícola y pecuaria; producción, refinación y distribución de petróleo y gas, orientación ética y moral de la población, de los funcionarios públicos y del sector privado. Sin duda que es solo una muestra de la inmensa tarea que tenemos por delante si deseamos convertirnos en un verdadero país.

La propiedad por parte del estado de los medios de producción, distribución y venta de los productos y de los dólares se ha comprobado a través de esos cien años que no han conducido ni conducirán al progreso. Hemos estado aplicando medidas a destiempo y equivocadamente con un criterio político defendido con referencias a la situación mundial del momento sin que hayamos progresado. Todo lo contrario: hoy estamos más atrasados que nunca en relación con aquellos a quienes usábamos como punto de comparación al estilo del mal estudiante que defiende sus malas notas en base al número de raspados en su clase. Nunca nos hemos comparado con los que verdaderamente nos han aventajado y hoy son los líderes en el mundo. Y malos serán los resultados de esa comparación con los de siempre si la hacemos hoy. Ellos han progresado y nosotros hemos retrocedido. Nos queda la combatividad de nuestra gente que ha confiado en forma pacífica pero pasiva en las promesas de mayor libertad y democracia: en el progreso, que siempre se les ha prometido pero que ya comienzan a dudar que estemos en capacidad de lograr.  

Tenemos todos los espejos del mundo para mirarnos. El espejo del petróleo, de la educación, de la salud, de la seguridad, del militarismo, del engaño a la colectividad, de la falta de balance entre los poderes públicos, de la impunidad, de la deshonestidad (rampante e incontenible en su descubrimiento), de la indolencia, de la irresponsabilidad, de los tonos de rojo, de la incapacidad: un panorama trágico que no podremos resolver con nuestras promesas y acciones de siempre. La situación ha llegado a tal grado de descomposición que necesitamos diseñar un nuevo país: no el de Chávez de la constitución del  ’99 diseñada a su imagen y semejanza, sino la de un nuevo país que se enmarque dentro de parámetros morales, éticos y políticos de progreso que permitan que nos convirtamos en un país moderno con las bases y acciones correspondientes por parte de sus dirigentes, que hagan posible esa realidad.
Caracas, Abril de 2016. odoardolp@gmail.com odoardolp.blogspot.com @oleopon