Estatización, centralización,
partidización, presidencialismo.
Por: Odoardo
León-Ponte.
El epígrafe nos
define la fórmula de nuestro fracaso como país, por cuanto, en mayor o menor
grado y en su conjunto, esas han sido las razones de haber hecho lo que hicimos.
Agreguémosle la pintura roja de la izquierda y tendremos todos los ingredientes
y habremos definido lo que hay que cambiar para tener el éxito que ansiamos
aunque, en lo personal o institucional, perdamos el poder y aun cuando sea
realidad el certero análisis de Moisés Naim sobre las realidades del poder en
el mundo de hoy. También es necesario definir nuestro entendimiento de lo que
significa “pueblo”: ¿realidad o mito electoral? Está más que comprobado, por
otra parte, que toda organización tiene un límite a su capacidad basada en la
idoneidad de sus dirigentes y en la independencia de su acción y hay elementos
contundentes que indican la necesidad de delegar para lograr el éxito. Más aún,
no siempre tenemos la razón ni es importante tenerla siempre; hay que vivir las
realidades. No podemos culpar a otros de nuestros males, ya que siempre los
resultados de nuestra gestión son producto de nuestras acciones. Si aplicamos
el código antes expuesto, hay mucho que cambiar y el pasado nos enseña que
nuestra realidad actual se debe a nuestros errores pasados y presentes, aunque
haya diferentes dimensiones en el tiempo. Igualmente debemos ser prudentes y
resguardar a la y morales. Adicionalmente, debemos pensar que en nuestro caso,
los errores han hecho que los dirigentes políticos no puedan seguir con las
mismas prácticas por razón de las nuevas realidades del país en cuanto a los
recursos financieros y humanos del país. Esta última es la única buena noticia,
si la tomamos como punto de partida para lo que debe ser un cambio radical, inaplazable
e impostergable en la definición de un nuevo país y su consecuente nuevo rumbo.
Estatización. Tres
ejemplos: Pdvsa, Cantv y las empresas de Guayana. Cuando las manejó la empresa
privada funcionaron bajo criterios de excelencia y no hubo límite a su progreso,
salvo el impuesto por las autoridades del momento. En manos del estado no
pudieron crecer ni proveer lo necesario y eventualmente han llegado a lo que
conocemos.
Centralización. Dos
ejemplos: Corpoelec e Hidro Capital. Cuando había empresas regionales y una
independencia basada en la determinación de necesidades regionales o
sectoriales, hubo desarrollo. Hoy tenemos un país plagado de apagones y escasez
de agua; de dos derechos humanos modernos fundamentales y con un futuro
incierto en cuanto a la disponibilidad continuada de esas necesidades
esenciales.
Partidización. Ahora,
hasta los uniformes de todas las oficinas y empresas del estado acaparador,
ineficiente y sectario (ates se podía ser adeco, copeyano o comunista sin
problemas) son de color rojo.
Presidencialismo. La
publicidad del estado se ocupa de engrandecer hasta el extremo, con enfoques
seudo religiosos, la persona del presidente de turno o del anterior y se define
la actitud partidista en función de la persona del presidente. Se actúa para
las gradas dejando por fuera a la gente en sus verdaderas necesidades aun
cuando se les prometan villas y castillos.
Agreguémosle al
panorama la realidad de un estado quebrado y desmembrado, con escasos recursos
financieros y humanos; de una población deteriorada en su capacidad personal, más
dependiente de dádivas y desorientada en sus criterios de comportamiento.
Incorporemos la desaparición de los enfoques institucionales, la necesidad de
una orientación estricta para los sectores públicos y privados y la corrupción
rampante. ¿Qué tenemos? ¿Y cómo lo podemos resolver? ¿Con más de lo mismo?
¿Cuál es la fórmula para deshacer todos esos nudos que harían imposible el
cambio que necesitamos? Tenemos que vivir las nuevas realidades y desarrollar procederes
acordes y modernos. No ganamos nada con retrotraernos a etapas anteriores que
nos dieran progreso temporal pero no continuado. Es urgente.
Caracas, Mayo de
2016.
odoardolp.blogspot.com
@oleopon
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