miércoles, 4 de mayo de 2016

¿Qué hacer y cómo hacerlo?
Por: Odoardo León-Ponte.
El petróleo hasta ahora no nos ha servido para nada productivo en fin de cuentas. Estamos mucho peor que cuando se nos convirtió en una realidad avasallante, porque han transcurrido cien años y en esos cien años no hemos progresado más allá de nuestras narices y si consideramos la potencialidad de desarrollo que hemos malbaratado, solo podremos concluir que” hemos arado en el  mar”. Y si le agregamos a nuestra realidad el grado de corrupción (por lo inmensa que ha sido la tentación y la tolerancia) en el manejo de la riqueza petrolera que se ha insertado en nuestro modo de vida, tendremos que recapacitar sobre cómo emprender el retorno para convertir ese “oro negro” que ya no tenemos en la misma dimensión, en “oro amarillo”: en Desarrollo Humano; en convertirnos en un país con verdadero futuro, para lo cual debemos descartar los enfoques que hemos trajinado relativos al estatismo como una expresada conveniencia equivocada para el progreso del país. Sumemos a esto que ya el petróleo está asomándose al final de la ventana de excelencia que tuvo en el pasado y que nuestras necesidades se han multiplicado vertiginosamente por la falta de mantenimiento e inversión y el incremento de la población, a lo que hay que agregar la necesidad de atender a las oportunidades del bono demográfico.  Nuestras necesidades requieren una inmensa cantidad de fondos de la cual no dispondremos para invertir en generación de energía (eólica, térmica, hidráulica) y su distribución; infraestructura, servicios, educación, salud preventiva y curativa, seguridad, producción agrícola y pecuaria; producción, refinación y distribución de petróleo y gas, orientación ética y moral de la población, de los funcionarios públicos y del sector privado. Sin duda que es solo una muestra de la inmensa tarea que tenemos por delante si deseamos convertirnos en un verdadero país.

La propiedad por parte del estado de los medios de producción, distribución y venta de los productos y de los dólares se ha comprobado a través de esos cien años que no han conducido ni conducirán al progreso. Hemos estado aplicando medidas a destiempo y equivocadamente con un criterio político defendido con referencias a la situación mundial del momento sin que hayamos progresado. Todo lo contrario: hoy estamos más atrasados que nunca en relación con aquellos a quienes usábamos como punto de comparación al estilo del mal estudiante que defiende sus malas notas en base al número de raspados en su clase. Nunca nos hemos comparado con los que verdaderamente nos han aventajado y hoy son los líderes en el mundo. Y malos serán los resultados de esa comparación con los de siempre si la hacemos hoy. Ellos han progresado y nosotros hemos retrocedido. Nos queda la combatividad de nuestra gente que ha confiado en forma pacífica pero pasiva en las promesas de mayor libertad y democracia: en el progreso, que siempre se les ha prometido pero que ya comienzan a dudar que estemos en capacidad de lograr.  

Tenemos todos los espejos del mundo para mirarnos. El espejo del petróleo, de la educación, de la salud, de la seguridad, del militarismo, del engaño a la colectividad, de la falta de balance entre los poderes públicos, de la impunidad, de la deshonestidad (rampante e incontenible en su descubrimiento), de la indolencia, de la irresponsabilidad, de los tonos de rojo, de la incapacidad: un panorama trágico que no podremos resolver con nuestras promesas y acciones de siempre. La situación ha llegado a tal grado de descomposición que necesitamos diseñar un nuevo país: no el de Chávez de la constitución del  ’99 diseñada a su imagen y semejanza, sino la de un nuevo país que se enmarque dentro de parámetros morales, éticos y políticos de progreso que permitan que nos convirtamos en un país moderno con las bases y acciones correspondientes por parte de sus dirigentes, que hagan posible esa realidad.
Caracas, Abril de 2016. odoardolp@gmail.com odoardolp.blogspot.com @oleopon



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