Petróleo,
geografía, anécdotas y realidades.
Por: Odoardo León-Ponte.
Quienes tuvimos la suerte de incorporarnos a la industria
petrolera antes de o durante la etapa que la Shell llamó “de la
venezolanización” en los años 50, pudimos convivir con el personal expatriado
perteneciente a esas organizaciones internacionales, quienes venían de haber
trabajado en sitios lejanos del mundo con extraños nombres y que, además había
participado en la segunda guerra mundial por haber estado en las fuerzas
armadas de los países aliados.
Oíamos de Borneo, Indonesia, Sumatra y las Filipinas en
Asia, así como de otros sitios en todos los confines del mundo en el que
participaban las empresas del petróleo. Oíamos de cómo esos parajes eran áreas
atrasadas económica y socialmente y de cómo era la vivencia en esas comunidades
y nos comparándonos positivamente para nosotros, dado el ambiente de cierto
crecimiento de nuestro país y teniendo en cuenta las diferencias de desarrollo
social entre ellos y la realidad de progreso que comenzaba a darse en nuestro país
como resultado de la actividad petrolera. Oíamos anécdotas de cómo, camino de
regreso durante vacaciones a sus países de origen en Europa, pasaban por Hong
Kong, en donde en un día les hacían un flux. Oíamos de sus pesadillas producto
de sus vivencias relacionadas con los horrores de la guerra en la cual
participaron. Vivíamos su satisfacción por disfrutar de un ambiente mucho menos
rígido que aquel que existía en sus países de origen y también de su apego a
nuestro modo y a la calidad de vida que se iba desarrollando, hasta el punto de
que muchos decidieran quedarse al final de su vida de trabajo.
De hecho, nuestra industria petrolera mantenía y
significó hasta el final del Siglo XX una confrontación permanente en el país
entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado: solo una cerca que separaba
ese mundo industrial desarrollado que aplicaba los más exigentes parámetros de
la actividad operacional, de nuestro mundo subdesarrollado. Interesante notar
igualmente que los que tenían en sus manos la dirección política de la
industria desde los cargos y poderes públicos, nunca conocieron ni supieron de
estas realidades, ni parece haberles importado. Pensaban que el país tenía la
razón en su enfoque reductor de la actividad petrolera y en la necesidad de ir
a su estatización como paso indispensable para el desarrollo del país. Triste y
equivocada actitud y consecuente decisión.
Habiendo leído y oído de esos sitios remotos con nombres
raro, de los cambios logrados mientras nosotros pretendíamos ser los reyes del
petróleo y con la imborrable vivencia, después de haber visitado y comprobado personalmente
la realidad en esos sitios remotos, necesariamente tenemos que concluir que
después de nuestros cien años de explotación petrolera nuestros gobernantes
araron en el mar: desperdiciaron las alternativas.
Los mercados se nos han ido, la producción y sus
actividades colaterales no son ni la sombra de lo que pudieron ser, las
“mayores reservas petroleras del mundo” siguen y que por el camino que vamos seguramente
continuarán en el subsuelo. Un país que pudo convertirse en lo que se han
convertido esos sitios remotos de antes con nombres raros, ahora es una parcela
del mundo que comienza a ser vista como lo que es: un país inseguro desde cualquier
perspectiva, con inmensos problemas sociales y con un futuro difícil de
predecir, pero que sin duda estará lleno de malos ratos tanto para los jóvenes
que buscan un futuro como para quienes ya no lo somos ni lo tendremos.
Tristísima pero cierta realidad.
Caracas, Julio de 2015.
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