Petróleo y cambio al centenario de su nacimiento.
Por: Odoardo León-Ponte.
La manera de manejar el
petróleo, tanto antes como después de la estatización, no nos ha producido el
desarrollo necesario como país. Ese período de cien años de idas y venidas con
el común denominador de un discontinuo accionar, nos ha negado el progreso que
vemos en países que, como el nuestro, han explotado el petróleo y han logrado
un alto grado de desarrollo a pesar de sus realidades, entre las cuales se
destacan aquellas relacionadas con los precios del petróleo. Nosotros no hemos
logrado ese desarrollo, perjudicando el progreso necesario y posible de la
gente, de la libertad y, por ende, de la democracia, aunque los hayamos pregonado
como objetivos y en muchos casos como aparentes logros. Estamos atragantados de
procesos estatizadores que solo han generado desorden, corrupción y miseria,
salvo para quienes han derivado beneficios de esas acciones tanto en lo
político (transitorio) como en lo personal (también transitorio). (¿Será por
eso que solo hablamos de la gesta independentista como si fuera nuestro único lúcido
pasado?). Solo el decrecimiento ha sido permanente. Estamos atragantados de que
sea el estado que, queriendo ser capaz de todo, nos diga qué debemos ser y tener,
en vez de que seamos nosotros quienes digamos lo que queremos y que el estado
lo haga para nuestro beneficio. La intensidad con la que hoy en día nos afecta
la tragedia nacional por el empeño en aplicar políticas superadas en todos los
grupos sociales exitosos, nos lleva a la necesidad de determinar, claramente,
algunas líneas gruesas del “cómo” hacer, en base a esa realidad a la que todos
le queremos dar la espalda, llegando hasta insinuar que con algunos giros “la
cosa se compone”.
El estado capitalista ha
sido un fracaso total, ya que en la práctica no tiene la capacidad financiera
ni técnica, ni los recursos humanos necesarios para dirigir aquellas
actividades para las que hay infinitamente mejores alternativas en manos de la
empresa privada. Ese enfoque, hace que ese estado capitalista desatienda las
que son sus responsabilidades ineludibles: educación, salud, seguridad,
Desarrollo Humano y el diseño de una estructura de estado que provea las reglas
para el desarrollo y crecimiento del país en términos de generación de riqueza
y de provisión de servicios en forma creciente, continua y excelente. Doble
fracaso. El estado ha confundido su rol al dedicar los recursos necesarios para
atender a las obligaciones básicas del estado a aquellas que otros pueden hacer
y, últimamente, a promover la permanencia en funciones de los factores
políticos en el poder. Para ampliar las bases de producción y manufactura de
bienes y servicios que aseguren los ingresos requeridos por el estado, hay que
eliminar la dicotomía para el estado entre invertir para crecer y producir o usar
los fondos para gastos de mantenimiento del estado y para la permanencia en el
poder. Hay que dejar que quienes tengan los fondos y la tecnología se ocupen de
generar riqueza y crear empleos productivos para que el estado participe de ello
y así pueda atender a sus obligaciones, asegurando el crecimiento, tanto en el
sector productivo como en el de la prestación de los servicios. Así se ampliaría
la posibilidad de desarrollar un estado dedicado en función de su obligación de
proveer el Desarrollo Humano que a fin de cuentas es su obligación ineludible,
ampliando de paso y también las bases para la libertad y la democracia.