El petróleo y sus
banderas.
Por: Odoardo León-Ponte.
Nuestra bandera de las siete estrellas, modificada por
capricho, realmente debía contener una cabria de perforación desde que salimos
del oscurantismo y convertimos al petróleo en nuestra verdadera bandera
política. Aparte del color un tercio rojo que lleva, siempre ha apoyado una
acción política con distintos tonos de rosado que han ido hasta el más intenso
rojo grana de estos últimos tiempos del supuesto socialismo del XXI.
Los gobernantes provenientes de los distinto partidos
políticos que estos aparecieron en el firmamento nacional, parecería que nunca
supieron cómo llevar a cabo y venderle a la gente una acción de progreso
verdadero; de Desarrollo Humano basado en las necesidades reales de la gente y
en el camino se fueron copiando esquemas ajenos inaplicables a un pueblo sub
desarrollado como el nuestro con sus características, necesidades y deseos. Esa
incapacidad los llevó a copiar fórmulas ajenas a las verdaderamente representativas
de las necesidades de nuestra gente y a
enfrascarse en adaptar conformaciones ideológicas de moda en cada época, pero
que en el tiempo se convirtieron en ilusión y en el presente conforman una
realidad inaceptable, por obsoleta y fracasada en la práctica, para el común de los mortales. Así se han desperdiciado en estos cien años las
opciones creativas y originales que nos hubieran podido dar el desarrollo
ansiado por toda la comunidad. En su lugar, todavía pensamos en reforma
agraria.
Bien fuera por falta de originalidad o de capacidad,
nuestros partidos originarios fueron rojizos y en la transición y en el tiempo,
aunque en muchos casos adoptaron los esquemas político-sociales del momento de
que se tratara, eventualmente se convirtieron en partidos que buscaban su
permanencia como instituciones o como fuentes de poder para sus dirigentes,
pero sin lograr desarrollar procedimientos que permitieran conjugar de forma
permanente el beneficio para la gente con su gestión política. Incluso, algunos
dirigentes llegaron a convertirse en la antítesis del aquello que habían ayudado
a crear, con la idealización de su propia imagen y deseo político de figuración.
Y en todo este trámite fue el petróleo que, como bandera, se convirtió, en
cuanto a su manejo, en la base para la acción política y la atracción del
electorado, hasta que se agotó el modelo y surgió la mentira basada en la venta
de una ilusión que nos ha llevado a desandar lo hecho a través de un esfuerzo
que en algunos momentos fue proveedor de progreso y desarrollo.
Las promesas no cumplidas de un liderazgo con ansias de interminable
permanencia que no tuvo la inteligencia de renovarse sino por muerte (a pesar
del ejemplo que en su momento dio Rómulo Betancourt) y que insistió en
permanecer y repetir, terminó por acabar con lo poco de institucionalidad que
llegamos a desarrollar en los prometedores inicios políticos de democracia,
terminando en la clara aspiración de permanencia de los mismos para el disfrute
personal, ya que, a todas luces, no parece haber existido un camino trazado en
base a una institucionalidad bien arraigada que a su vez orientara la gestión
política basada en la determinación de las necesidades de la gente y no en las
permanentes necesidades de subsistencia personal de los representantes de los
viejos partidos políticos enquistados en los mismos planteamientos carentes de
nuevos enfoques y que, por falta de atractivo electoral y producto de sus
acciones en el pasado, han llevado al desencadenamiento del uso de los recursos
del gobierno y sus instituciones en función de las necesidades de subsistencia
de los líderes políticos y a la copia de esquemas que tan solo permanecen y
reinan en las más tristes realidades humanas de nuestro hemisferio, contando
sin razón con el apoyo desnudo de muchos gobiernos que comulgan con las ideas
que inefablemente llevan hacia el punto en que nos encontramos.
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