¿Quiénes y cómo
empezar?
Por; Odoardo León-Ponte.
Con razón nos hacemos la pregunta que encabeza esta contribución. El país está inmerso en una
fórmula fatídica que requiere una limpieza mayor: un mantenimiento total que
nos permita sentar las bases para acabar con las malas prácticas que nos han
llevado a la situación actual que nunca antes habíamos conocido. Para empezar,
debemos reconocer que el estado, siempre y en forma constante, ha sido un mal
administrador de los ingresos derivados de la actividad económica, permitiendo
que la corrupción (no solo la derivación indebida de recursos sino la
corrupción en toda su amplitud conceptual) impida la dedicación de recursos y
la toma de decisiones y sus correspondientes
acciones hacia lo conveniente para la gente. Así, una medida indispensable
inicial debe ser minimizar la tentación para reducir la posibilidad de caer en
ella (no debemos olvidar lo indispensable que debe ser la selección de
funcionarios honestos a carta cabal). Sabemos que en la etapa entre el
oscurantismo y la estatización de la actividad petrolera, con excepción de la
etapa de Pérez Jiménez, los hechos de corrupción fueron menores. El gran índice
se comenzó a generar a partir de la “Gran Venezuela” y ha culminado con la
insoportable realidad noticiosa de estos días en los que, a ciencia cierta, nos
vamos enterando de que la corrupción en lo económico ha reinado de manera
desbordada. Recordando una frase, habría que evitar poner a funcionarios “donde
haiga” que no hayan sido seleccionados como personas de “plomada” para esos
puestos. Difícil pero necesaria tarea que requiere una nueva filosofía de
acción reñida con las prácticas conocidas hasta ahora y especialmente en los
últimos años. Importante que los funcionarios públicos entiendan que los
recursos que manejan no son de su propiedad. (Esto llegaría hasta la tan indignante
costumbre de determinar sitios públicos en las calles como propiedad y de uso
exclusivo de alguna institución pública o militar.)
Dentro del enfoque al que antes nos referimos habría
acciones necesarias poderosamente orientadoras para fijar estrategias en cuanto
a la explotación de los recursos naturales y a la propiedad de la actividad
industrial. Hasta la “Gran Venezuela” el país anduvo por buen camino. Cuando se
estatizó mentalmente al país a través del petróleo y de los otros minerales, se
basó la acción en la filosofía de la conveniencia de que el estado fuera dueño de
la actividad en cuanto a los recursos y empresas denominadas como “básicos” y
allí comenzó la danza de los millones disponibles para la inmensa tentación
para la corrupción. No se puede ya justificar ese cuento chino que nos abrió la
puerta de una cueva de Ali Baba que nos permitió conocer su contenido a través
de la información internacional y extranjera (que bochorno) proveniente de
distintas fuentes confiables de información. Y debemos aceptar que, además,
para la lograr la recuperación del país ya no podemos pensar que tan solo es
necesario un cambio de gente, lo que significaría volver a una etapa también
dispendiosa e improductiva en términos del Desarrollo Humano de la gente. Se
necesita un cambio filosófico radical, que permita nuevos rumbos que a su vez
redunden en una nueva realidad de país en el que la base de la acción sea la
honestidad, no medida en grados (que no existen) sino en que la acción tiene
que ser correcta. Todo esto pasa por tomar las medidas para lograrlo en cuanto
a los organismos del estado, la filosofía de la inclusión y el balance de poder
entre los distintos componentes y sobre todo el desarrollo de una estrategia
que permita sentar las bases para un proyecto orientado al Desarrollo Humano de
la gente; única manera real para lograr la libertad y la democracia a las que
todos pensamos que tenemos derecho. Y además comenzaríamos a lograr el país que
todos queremos y que existe en nuestro recóndito espíritu como una aspiración
totalmente lícita.
Caracas, Febrero de 2016.
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