El reventón de Los Barrosos 2, a fines de 1922, marca la llegada al umbral del siglo XX de una Venezuela que carecía de una industria afincada en la tecnología, estaba sumida en pobreza e insalubridad y se mantenía aislada de un mundo que ya había expresado su tremendo potencial industrial. El chorro de Los Barrosos atrae las miradas de las naciones desarrolladas y de las empresas petroleras multinacionales. Venezuela, por obra y gracia del tesoro acumulado en su subsuelo, pasa a ser prioridad para los inversionistas y territorio para el estudio y el análisis. Nuestro país, con fronteras demasiado tiempo cerradas a los aires de la cultura y el intercambio, inicia un proceso complejo de incorporación de técnicas multidisciplinarias que permite, en un recorrido cargado de esfuerzos y esperanzas, orientarse hacia metas consistentes y seguras. Fue preciso aprender para progresar y en ese largo camino, sin atajos providenciales ni fórmulas mágicas que permitieran saltar etapas y dificultades. El éxito se aprende y se logra en las universidades, en el taller, en el laboratorio; en el trabajo.
Las compañías petroleras que se instalaron en el país contaban con personal altamente calificado que poseía y aplicaba las técnicas más avanzadas y la necesidad de instalarse para un largo período de tiempo, los obligaba a buscar la ayuda de las gentes del país haciendo esfuerzos pedagógicos que permitieran trasladarle los conocimientos necesarios para su mejor rendimiento. La interrelación de esas dos culturas dio lugar a una nueva que adquirió cada vez mayor importancia hasta convertirse en algo propio y auténtico que, si bien tenía que ver con sus progenitores, poseía indeclinable y reconocida personalidad. Es justo reconocer, al mirar el pasado con serena perspectiva y contabilizando baches y frustraciones, que la industria petrolera concesionaria nos enseñó a trabajar en el marco riguroso de los nuevos tiempos.
El venezolano, ávido de conocimientos, inició una larga marcha hacia la conquista de la técnica. Aceptó el reto y se incorporó con alegría y sin complejos al desarrollo de la industria petrolera con la ilusión lejana pero cierta, de conquistar su conducción. En ese largo proceso de asimilación que duró más de medio siglo, la Venezuela rural se transformó en una nación moderna con impulsos renovados hacia el desarrollo. Las comunidades petroleras fueron adquiriendo el sello inconfundible de nuestro gentilicio y se fue creando un ambiente de especial relevancia que actuó como catalizador en nuestro devenir nacional, poniendo de moda la eficiencia, la productividad y el profesionalismo. Con clara visión del proceso, el petrolero venezolano fue creando su acervo de transferencia tecnológica y logró el respeto de su comunidad, lo que permitió que un primero de enero de 1976, el Estado tomara las riendas de la industria. Con la experiencia, habilidad y capacidad de su recurso humano, de ese recurso intocable, la industria continuó, sin tropiezos ni hiatos, aportando su esfuerzo para proveer los fondos para el desarrollo de país y permitir el mejoramiento del nivel y la calidad de vida de su población. En el proceso previo a la estatización de la industria petrolera, siempre se presintió un peligro subyacente que en el camino de la etapa postestatización se fue manifestando. En un momento dado ese peligro se hizo realidad.
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