La "independencia" y la "soberanía" han sido el objetivo esgrimido hasta la saciedad por todos los partidos políticos y los gobiernos desde mediados del siglo pasado. En función de ese objetivo se han tomado toda clase de medidas que en teoría tendían a lograr independencia y soberanía (que logramos luego de la gesta libertadora). La aparición del petróleo en nuestro subsuelo y el desarrollo de la industria gracias a la actividad desarrollada por las empresas y por las buenas acciones de los gobiernos de turno hasta el momento de la estatización de la actividad petrolera, permitieron el tránsito de país olvidado del mundo a uno con aspiraciones y posibilidades de convertirse eventualmente en país desarrollado dentro del marco de la modernidad y del concierto internacional. Hasta el momento de la estatización hubo un incremento notable en todos los sentidos en la preocupación por la gente: más instalaciones de educación y capacitación, de asistencia social, de vialidad, de reducción de enfermedades endémicas, del desarrollo de la generación y transmisión de energía eléctrica, de construcción de viviendas, de generación de empleos, de ampliación de la capacidad de producción de productos agrícolas e industriales, incluso para la exportación. Fue una etapa llena de condiciones y realidades que mejoraron significativamente la calidad de vida de la población. Se lograba fortalecer la independencia y la soberanía a través de acciones llevadas a cabo en el país para y por la gente que todo lo necesitaba pues poco tenía, fortaleciendo así nuestra independencia y soberanía.
Con la estatización de la actividad petrolera y la ingenua creencia de que con el petróleo en manos del gobierno se potenciaba sin límites la capacidad de desarrollo del país, se confundieron los conceptos y comenzó una acción reñida con la conveniencia. Se olvidó que el Estado existe para atender a la gente del país dentro de sus necesidades y comenzó una carrera desenfrenada de inflación y crecimiento basados en la inversión del Estado, mas no al crecimiento balanceado de la actividad pública y la privada y mucho menos del desarrollo de la gente, esgrimiendo una semblanza nuevo rica de país poderoso por tener riqueza en el subsuelo pero con pobreza en la superficie y entre la gente.
Si entendemos y aceptamos que la independencia y la soberanía son el producto del desarrollo de la gente y en consecuencia del desarrollo del país, ya que no hay verdadero desarrollo sin desarrollo humano, concluiremos que el verdadero sustento de la independencia y la soberanía no es la incorporación de ataduras por parte del Estado para controlar, sino mucho más y diferente: la libertad para que la iniciativa privada y la administración pública, esta última dedicada a lo que le es intrínseco y ambas bajo el indispensable criterio de honestidad (no hay grados de honestidad), le permitan a la gente tener la capacidad y la autoridad de decidir el tipo de vida que les parezca y dándoles el poder de determinar los caminos de su vida y no que tengan una dependencia obligada del gobierno de turno. Y más recientemente, con el intento de aplicar conceptos dejados atrás por la humanidad, encontramos que somos ahora un país menos independiente y soberano y más dependiente y subordinado a circunstancias ajenas a nuestro verdadero interés en función de las necesidades de la gente.
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